MARCO TEÓRICO
¿Qué
es escribir?
Hablar de escritura no es solo hablar de trazos, de
tecnología, de símbolos y letras, hablar de escritura es remitirnos a
significado, a intención, a propósito, a pensamiento y a humanidad. La escritura
es el resultado del afán comunicativo del hombre, es, metafóricamente, su
primer espejo. El hombre pasó de la oralidad a la escritura y con ello se
permitió avanzar y optimizar procesos de pensamiento, trascender los límites
del espacio y del tiempo y volver sobre su propio pensamiento para replantearse
o permitirle a otros replantearse desde lo escrito. Escribir está relacionado
con el acto de componer, sin embargo, la escritura va más allá de la
composición; Daniel Cassany en construir
la escritura indica que:
“Componer un escrito
no solo requiere el uso de la habilidad de redactar, sino también la lectura y
expresión oral. Escribir es quizá la habilidad lingüística más compleja, porque
exige el uso instrumental del resto de destrezas durante el proceso de
composición: leemos los borradores que vamos elaborando para verificar que
expresen lo que deseamos (...) y dialogamos con coautores y lectores
intermedios sobre el texto”.
De esta forma la escritura requiere una interrelación de
habilidades lingüísticas que sitúan a la escritura como un constructo complejo y
que se da no solo desde la individualidad, sino en relación con los otros.
Walter Ong en oralidad y escritura, plantea que gracias a la escritura los
seres humanos son funcionalmente escolarizados, pues sus procesos de pensamiento
no se originan en poderes meramente naturales, sino que estos poderes están
estructurados, directa o indirectamente, por la tecnología de la escritura. Sin
la escritura, el pensamiento escolarizado no se daría, ni podríamos discernir
cual es el proceso cuando estamos escribiendo e incluso normalmente cuando
articulamos los pensamientos de manera oral. Más que cualquier otra invención
particular, la escritura ha transformado la conciencia humana, estableciendo lo
que se ha llamado un lenguaje "libre de contextos" (Hirsch, 1977, pp.
21-23, 26) o un discurso "autónomo" (Olson, 1980), que aunque no
puede ponerse en duda ni cuestionarse directamente, como el habla oral, porque
el discurso escrito está separado de su autor, nos deja ver el proceso que inició
lo que la imprenta y las computadoras solo continúan: la reducción del sonido
dinámico al espacio inmóvil; la separación de la palabra del presente vivo y el
desarrollo del único lugar donde pueden existir las palabras habladas.
Asimismo, la acción de escribir,
como manifestación de la capacidad del lenguaje humano y como proceso de
configuración de un discurso escrito, no puede carecer de propósito e
intencionalidad, todos los discursos son mediación de juicios o puntos de vista
y todos se materializan para cumplir un propósito; en ese sentido, la selección
del registro y estilo son vitales para garantizar la efectividad del mensaje,
para alcanzar el objetivo del escribir y asimismo para cumplir con una función
ya sea intrapersonal o interpersonal. Lo cierto es que los rasgos de lo
escrito, tal como lo propone Cassany, no sólo se hacen evidentes en la
significación de los discursos, sino también desde su construcción formal, de
esta manera, como conceptos tales como: cohesión, coherencia, adecuación y
corrección son parte fundamental de lo escrito y convierten al texto en
significativo y reconocible para una comunidad.
¿Cómo enseñar a escribir?
“Escribir
significa mucho más que conocer el abecedario, saber juntar letras o firmar el
documento de identidad. Quiere decir ser capaz de expresar información de forma
coherente y correcta”.
Daniel Cassany
Desde
el momento en que el hombre crea la escritura, esta cobra un valor
trascendental en la vida del mismo, ya que le permitirá lograr un avance a
nivel intelectual y alcanzar de esta manera el posterior e importante
desarrollo de la civilización, llegando a cobrar extraordinaria fuerza y
relevancia en diversas culturas. En la actualidad, el valor de la escritura es
innegable, difícilmente se puede concebir la actividad del hombre moderno sin
ella.
Es
tal la importancia de la escritura que el hombre se ha encargado históricamente
de trabajar a partir de ella y para ella, son múltiples los teóricos y
estudiosos que han buscado diversas formas de perfeccionar esta práctica y la
enseñanza de la misma. Hoy no cabe duda de que la enseñanza de la escritura en
la escuela es fundamental, y aunque existen
gran cantidad de análisis y estudios al respecto, sigue surgiendo la
misma inquietud: ¿Cómo enseñar a escribir? Uno
de los investigadores que se ha encargado de responder a este
interrogante es Daniel Cassany, quien en su libro Construir la escritura (1999) aborda este tema y otros relacionados
con la escritura. La base teórica para este apartado del texto será entonces lo
planteado por Cassany en su libro, así como los diversos conceptos e ideas que
toma el autor para el desarrollo de su propuesta.
La
propuesta metodológica del escritor español se fundamenta en la concepción
pragmática y discursiva del texto, siendo su principal objetivo el de aportar
respuestas y posibles soluciones a las carencias de la práctica escrituraria en
las instituciones escolares. Todo lo anterior se fundamenta en la tesis de
Vygotsky, según la cual “lenguaje y pensamiento tienen origen social y se
transmiten y desarrollan a partir de la interacción contextualizada entre
hablantes.” (Cassany, 1999, p. 114). La interacción y los contextos son
fundamentales para el desarrollo del lenguaje y de los procesos mentales que se
llevan a cabo mediante el mismo.
La
oralidad en todo el proceso de escritura cumple un rol importante, ya que esta
es la base para la adquisición de lo
escrito, sirviendo así como instrumento de mediación en las actividades
relacionadas con la escritura, de igual manera, la oralidad puede fácilmente ir
de la mano con la escritura para ser aplicada en el aula mediante un trabajo
cooperativo, en este, cada miembro participante asume responsabilidades de
carácter individual y colectivo, gracias a ello se genera un apoyo grupal que
anima y ayuda a los estudiantes en proceso de escritura.
En
cuanto a la enseñanza de escritura propiamente dicha, Cassany centra su marco
metodológico en el denominado enfoque
comunicativo, que da prioridad al aprendizaje del uso verbal en contextos
significativos, cuyo modelo es el desarrollo de un proceso transversal que
involucra a docentes y alumnos, mediante una serie de procedimientos. Se parte
de unos objetivos didácticos postulados por el docente, ya desde este punto se
da inicio al planeamiento y diseño de actividades, para ello es necesaria la
participación de los estudiantes, ellos hacen parte activa no solo en este
periodo, sino en toda la transversalidad del proceso, realizando a nivel
general un trabajo mancomunado con el del docente. Por otra parte, las mejores
tareas de composición, dice Cassany, son las que salen del aula, es decir, las
se llevan a cabo a partir de contextos, situaciones e interlocutores reales, en
las que el alumno experimente un interés e incluso una necesidad mayor de
llevar a cabo los procesos comunicativos.
Los
contextos significativos siempre serán tomados como eje central del proceso, ya
que en ellos participan y se ven involucrados los aprendices. Tomando en cuenta
lo anterior, se crean los objetivos específicos de enseñanza, que son: adquirir
información, incrementar la conciencia sobre la composición y desarrollar
procesos específicos. Trabajando cada uno de estos objetivos, escribe el autor,
se incrementaría el aprendizaje.
Otro
elemento relevante en el proceso es el borrador, este es en sí un instrumento
didáctico totalmente pertinente para todo tipo de composición escrita, su
importancia radica en las utilidades que ofrece, como por ejemplo: los
borradores permiten segmentar la composición e ir desarrollando cada una de las
partes de las que esté conformado el texto; permiten analizar el mismo proceso
que se va realizando, mucho antes de obtener la versión final del escrito;
también son material de apoyo para las actividades de revisión, ya sea individual
o grupal y son fuentes de ideas para la elaboración de textos futuros. Cassany
agrega algo más: “fomenta actitudes
positivas hacia la escritura: pone énfasis en el proceso, descarga el
valor excesivo y a veces tremendo que llega a tener las versiones finales,
anima a la lectura y a la autorreflexión.” (Cassany, 1999, p.154).
La
evaluación cumple un papel fundamental y su valor es totalmente relevante en el
proceso de enseñanza, se hace aquí una importante aclaración, se trabaja la
evaluación no como una prueba definitiva, sino que se aplica en diferentes
momentos, desde el inicio hasta el final del proceso, cumpliendo de esta forma
con dos objetivos principales: tanto fomentar que el aprendiz autorregule el
proceso de composición y aprendizaje, como recoger información sobre las
actividades didácticas hechas, es decir, la evaluación no es solo un
instrumento que se centra en los elementos superficiales del texto apreciándolo
cuantitativamente, sino que abarca todo el proceso de escritura y las dimensiones
del texto. Cabe recordar que es el momento de la evaluación el más rico para el
aprendizaje, y más aún, si este se realiza por medio de la interacción entre
docentes y estudiantes.
Una
de las tesis de Cassany es que la escritura no se debe enseñar y realizar
específicamente en el aula de clase, ya que todos los contextos en los que se
lleva a cabo dicha actividad son igualmente importantes, todo ello motiva y
genera mayor interés en los alumnos. Teniendo en cuenta lo anterior, Cassany
incluye en su propuesta la denominada escritura extensiva, que se refiere a la
planeación y realización de actividades de composición para que el aprendiz
desarrolle actitudes positivas frente a la escritura. Se introducen aquí dos
términos con referencia al grado de dirección de los procesos de enseñanza: heterodirigido y autodirigido, el autor los define:
“El primero designa las actividades que dirige
o controla una persona distinta del mismo sujeto que aprende (…) El segundo
término se refiere a los materiales didácticos con que el aprendiz asume
responsabilidades en su proceso de aprendizaje.” (Cassany, 1999, p.189).
Los
procesos de composición autodirigidos parten de la búsqueda de un tema, lo cual
hace parte de la planeación general; posteriormente, el aprendiz procede a la
selección de una técnica, esto implica una actitud autónoma del autor frente a
la composición de su texto; finalmente, y como en otros procesos de enseñanza
de escritura, la corrección y la revisión son fundamentales, gracias a ellos,
el autor aprende a regular su proceso de composición.
Dentro
de los tipos de tareas que propone la escritura extensiva se encuentran:
diarios, bitácoras o diarios de aprendizaje y los protocolos.
En
la actualidad han surgido importantes propuestas y teorías en torno a la
enseñanza de la escritura, muchas de ellas buscan extender el aprendizaje de lo
escrito más allá de lo meramente lingüístico, aprovechando el potencial
epistémico que otorga la escritura, puesto que escribir es “un acto de
cognición”. “Escribir permite al autor desarrollar conocimiento nuevo que no
existía antes ni al margen del acto de escribir.” (Cassany, 1999, p.199).
Por
otro lado, Cassany propone que para aprender a escribir bien, quien aprende
debe tener tres elementos importantísimos: conocimientos, habilidades y aptitudes.
A parte de la gramática, la sintaxis y el léxico, el sujeto que escribe debe saber
utilizar las estrategias de redacción o de escritura que son: buscar ideas, realizar
esquemas, llevar borradores, revisar tales borradores, etc. Además, Cassany
aclara que resulta crucial el sentimiento o la actitud del operador frente a la escritura, cómo se
posiciona él frente a lo que escribe. Asimismo arguye lo siguiente:
Si
nos gusta escribir, si lo hacemos con ganas, si nos sentimos bien antes,
durante y después de la redacción, o si tenemos una buena opinión acerca de
esta tarea, es muy probable que hayamos aprendido a escribir de manera natural,
o que nos resulte fácil aprender a hacerlo o mejorar nuestra capacidad.
Contrariamente, quien no sienta interés, ni placer, ni utilidad alguna, o quien
tenga que obligarse y vencer la pereza para escribir, éste seguro que tendrá
que esforzarse de lo lindo para aprender a hacerlo, mucho más que en el caso
anterior; incluso es probable que nunca llegue a poseer el mismo nivel. ¡Las
actitudes se encuentran en la raíz del aprendizaje de la escritura y lo
condicionan hasta límites que quizá ni sospechamos! (Cassany, 1993, p. 16).
De
lo anterior se evidencia que existe un afán de enseñar y aprender a escribir
desde el placer y el estímulo, debido a que el personaje que logra escribir
desde el deleite tiene una mayor facilidad para adquirir correctamente la
lengua escritural y de esa manera mejorarla conforme practica y avanza el
tiempo; al contrario, quien no lo lleva
de esa forma y encuentra en la escritura solo un impedimento para interrumpir
el vínculo ocio-sujeto encontrará muchos más obstáculos para adherir la manera
correcta de escritura y a su vez el mejoramiento en la redacción, y con ello el
desenvolvimiento en los diferentes tipos de textos que trabaja la escritura,
quien enseña a escribir desde la fruición enseña el placer de escribir, por otro lado, quien enseña a escribir,
fuera de esta dimensión visceral del ser humano, enseña el deber de redactar.
.
¿Qué es la
crónica?
Para hablar de crónica es imperativo convenir, antes
que nada, en la idea de que esta es un género híbrido compuesto por dos
elementos primordiales: por una parte es un texto noticioso, en cuanto a que
narra un suceso pasado de forma cronológica, y
por otro, es un relato por medio del cual el autor puede narrar e
imprimir sus apreciaciones personales. De esta manera, la crónica se configura
como un género en el que confluyen lo objetivo del reportaje periodístico y la
subjetividad característica de la producción literaria.
Por supuesto, el hecho de que el género exija rasgos
de uno y otro tipo de texto implica, por el lado literario, que este narre “lo
que no ocurrió, las oportunidades perdidas que afectan a los protagonistas, las
conjeturas, los sueños, las ilusiones que permiten definirlos”[1](581); es decir, la crónica
mantiene en sus entrañas una de las características más importantes de la
literatura: la posibilidad de conservar en ella fragmentos del espíritu humano,
la capacidad de engendrar mundos posibles.
Del mismo modo, el rasgo periodístico de la crónica
imprime en el género un elemento nuclear: una forma de “historiar”, es decir, y
aquí nos remitimos a sus orígenes, la crónica “nace estrechamente vinculada a
la historia propiamente dicha”[2], germina para retratar la
historia verídicamente. Sin embargo, cuando la historia surge como teoría
definida, y adquiere sus propios métodos, la crónica empieza a separarse del
texto histórico para permitirle al que la escribe licencia de dar cuenta de sus
propias impresiones.
Antes bien, se hace necesario hacer un recuento
histórico más detallado de este tipo de texto para verificar la importancia de
su trascendencia. Se sabe que el texto más antiguo del que hay prueba y que
puede clasificarse como una crónica, o al menos como un antecedente suyo, es un
texto mesopotámico, correspondiente a la decadencia de la civilización y que
relata la historia de uno de sus reyes.
Mucho después, y después de un proceso evolutivo a
través de diferentes sociedades y épocas, esta forma de relatar los hechos fue
utilizada para dejar prueba de los primeros viajes de los navegantes europeos
hacía América. En estas crónicas se cuenta, desde una perspectiva religiosa y
mística, las innumerables conquistas que se llevaron a cabo en estos
territorios y, el ensalzamiento y loa de
estos triunfos que se efectuaron en pos de dominar a los pueblos americanos,
estas son las famosas crónicas de indias.
Más tarde, la crónica se utilizó como una
herramienta efectiva para la trasmisión de sucesos, la cual, según los
documentos de la época, era empleada por
los eruditos de entonces con el propósito de contar lo que sucedía en el mundo.
Así, la crónica se configura, desde sus comienzos, en un medio de transmisión
del conocimiento que sobrevive en los registros escritos para las generaciones
futuras. Conforme a esto, nos remitimos al diccionario de Covarrubias donde se
afirma: “vulgarmente llamamos crónica a
la historia que trata de la vida de algún rey o vidas de reyes dispuestas por
sus años y discurso de tiempo”. En
este sentido, las crónicas que se relatan son tan variadas como a las personas
a las que representó. Entre ellas encontramos temáticas relacionadas con el
nacimiento de príncipes, matrimonios reales, defunciones, etc. A todo lo
anterior se puede inferir que la crónica fue una de las primeras formas de
contar del Renacimiento.
Incluso, el género cumple un papel muy importante en
los albores de la revolución industrial. Pues, para esta época, en las grandes
ciudades se empleaba como medio
propagandístico para atraer a los forasteros
y así convencerles de los múltiples beneficios que conferiría el vivir
en sus urbes. Estas crónicas cívicas fueron patrocinadas en muchos casos por
los gobernantes de turno que conocían el efecto que podría generar una buena
crónica en los lectores.
En lo que concierne a nuestro país, el Padre Medrano
fue pionero en el uso de este modo de relatar, ya que éste fue acompañante y
cronista de Jiménez de Quesada en la
expedición que se llevó a cabo en búsqueda de la famosa ciudad perdida de “El
Dorado.” Así mismo, otros clérigos siguieron con la labor del padre Medrano
acompañando a Gonzalo Jiménez, tomando nota de todo lo que iba sucediendo, y de
esta manera convirtiéndose, junto con el conquistador, en unas de las primeras
figuras en hacer de este género un medio para narrar las aventuras vividas en
ese peregrinar por las tierras del interior.
Más adelante, la crónica tiene la suerte de
encontrarse con Juan Rodríguez Freire, quien se convierte en el primer cronista
moderno de Colombia. Él aporta a la evolución del género un rasgo que se
corresponde con la evolución de otros tipos de literatura: dar primacía a la
ciudad, a las personas del común y acabar con el sesgo completamente
evangelizador que caracterizaba a las crónicas escritas por sacerdotes. Él se
convirtió en el escritor del pueblo y trascendió también como el padre de la
crónica moderna colombiana.
Finalmente, hoy día la crónica ha tomado un matiz
periodístico, informativo, que relata lo concerniente a sucesos recientes,
permitiéndose, como ya es sabido, la posibilidad de emitir juicios y
subjetividades en sus líneas.
En definitiva, la crónica es un género muy rico,
pues se nutre de dos corrientes diferentes en incluso contradictorias de
escritura, permitiendo al que la escribe enriquecer tanto sus propios procesos
de pensamiento como los de aquellos que le leen, ya que concede la posibilidad
de entrever una realidad con matices subjetivos que, a su vez, permiten el
acceso a otras realidades. La crónica es un texto sin pretensiones de verdad
absoluta: es la puerta a múltiples visiones del mundo.
[1]VILLOLO Juan. La crónica, ornitorrinco de la prosa. En: Antología de
crónica latinoamericana actual. JARAMILLO AGUDELO, Darío (Comp.). Colección:
Hispánica. p. 581. ISBN: 9788420408958
[2] SAMPER PIZANO, Daniel. Prólogo. En: Antología de grandes crónicas
colombianas. Colección: Aguilar prensa. Tomo I. p. 20. ISBN: 9789587042474.
Bibliografía
AGUDELO, Darío J. (2005) Antología de crónica
latinoamericana actual. Bogotá, Alfaguara.
CASSANY, Daniel (1993). La cocina de la escritura.
Barcelona, Editorial: Anagrama.
CASSANY, Daniel (1999). Construir la escritura.
Barcelona, Editorial Paidós
ONG, Walter J. (1999).
Oralidad y escritura. Santafé de Bogotá, Fondo de cultura Económica.
(2004) Antología de grandes crónicas Colombinas Tomo I y
II. Selección y prólogo de Daniel Samper. Bogotá, Editorial: Aguilar.
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